El amanecer del 12 de abril no sería un día ordinario para Juan de Dios, esa mañana, salió de su morada en busca de algo que ni él mismo había podido definir en todo el tiempo que la suerte le había brindado existir, completamente confundido, no tenía pista o indicio alguno de lo que buscaba, aquello que lo había atormentado toda la vida que su cuerpo había soportado hasta ese momento, aquello que no le permitía conocer ni la más mínima fracción de felicidad del mundo terrenal.
Visito los más diversos lugares que le vinieron a la mente; bares, restaurants, parques, colegios e incluso cementerios, pero ninguno de aquellos le proporcionaba una pequeña pista de lo que realmente buscaba, ni satisfacía esa sed, aquella necesidad de llenar el vacío que su alma irradiaba cual sol fuera.
La desesperación era insoportable, no lo aguantaría por mucho tiempo, él solo quería dejar de sentir esa dolorosa vida abandonada, gris, oscura y persa que solo era acompañada por su buena amiga -quizá la única que la vida brinda en la más absoluta ausencia de todo-: soledad.
Cogió una cuerda, la amarrado al pilar más sólido de madera que diviso en una parte central del techo que lo cubría de las crueles lluvias de la ciudad El Alto, subiendo a un pequeño pedestal puso la cuerda alrededor de su cuello, decidido a saltar. Después de un silencio estremecedor y, con gotas saldas que recorrían lentamente sus frías mejillas, salto.
El mundo entro en un limbo, el curso del tiempo recorría tan lentamente que no parecía avanzar, sintió en cada milésima de segundo como la respiración se le acortaba lentamente, -como el peor castigo que la vida pudiera darle a un miserable-, su vista al mismo tiempo empezaba a nublarse, ya no sentía el calor particular de su cuerpo, todo era un confusión.
Le dolía la espalda, las manos le temblaban, los huesos estaban completamente fríos, él, se encontraba tirado cual despojo de basura fuese, en las puertas de su cantina favorita, descubriendo que todo era y había sido un cruel sueño, o quizá, el regalo de cumpleaños que siempre quiso: la muerte.
Por: Rudy Guarachi Cota (Rudev Nebo)
Visito los más diversos lugares que le vinieron a la mente; bares, restaurants, parques, colegios e incluso cementerios, pero ninguno de aquellos le proporcionaba una pequeña pista de lo que realmente buscaba, ni satisfacía esa sed, aquella necesidad de llenar el vacío que su alma irradiaba cual sol fuera.
La desesperación era insoportable, no lo aguantaría por mucho tiempo, él solo quería dejar de sentir esa dolorosa vida abandonada, gris, oscura y persa que solo era acompañada por su buena amiga -quizá la única que la vida brinda en la más absoluta ausencia de todo-: soledad.
Cogió una cuerda, la amarrado al pilar más sólido de madera que diviso en una parte central del techo que lo cubría de las crueles lluvias de la ciudad El Alto, subiendo a un pequeño pedestal puso la cuerda alrededor de su cuello, decidido a saltar. Después de un silencio estremecedor y, con gotas saldas que recorrían lentamente sus frías mejillas, salto.
El mundo entro en un limbo, el curso del tiempo recorría tan lentamente que no parecía avanzar, sintió en cada milésima de segundo como la respiración se le acortaba lentamente, -como el peor castigo que la vida pudiera darle a un miserable-, su vista al mismo tiempo empezaba a nublarse, ya no sentía el calor particular de su cuerpo, todo era un confusión.
Le dolía la espalda, las manos le temblaban, los huesos estaban completamente fríos, él, se encontraba tirado cual despojo de basura fuese, en las puertas de su cantina favorita, descubriendo que todo era y había sido un cruel sueño, o quizá, el regalo de cumpleaños que siempre quiso: la muerte.
Por: Rudy Guarachi Cota (Rudev Nebo)
Twitter: @rudevnebo