Crónica de un payaso: “la luz que siempre te acompaña”

Solo y a la vez con compañía, deja a un lado su vestimenta con el cual reparte alegría y divierte a los más inocentes de la sociedad. Esta frente a un espejo para quitar el color y vida a un rostro que despertó la dicha de cuanto lo vio, no es por estar desconsolado sino extenuado, el que piense que el trabajo de artista payaso es fácil debe pensarlo dos veces, ya que la idea no solo es cansar a los niños, hay que entretenerlos, divertirlo y al ves educarlos cosa que queden satisfechos con el trabajo que uno realiza.


 
Es sábado, comienzan los preparativos, todo está listo para recibir a los invitados, en la puerta de entrada unos globos, en el patio colocadas en fila unas mesas con pequeñas sillas de distintos colores, en el mesón central está la torta y detrás un mural con el nombre del festejado, como olvidar la piñata que cuelga en medio del patio, el chocolate hirviendo y tantos otros pequeños detalles que acompañan a una fiesta.

Son las tres de la tarde y llegan los primeros invitados, siempre alegres como se caracterizan los niños; gritando, correteando, haciendo sus travesuras y algunas veces cayendo al piso lo que provoca que sus pequeños ojos derramen una lagrima, pero todo esto es típico de ellos. Carlitos ni bien está en la puerta busca presuroso al caricato de la fiesta, pero él no está, aún no comienza el show.

Son casi las cuatro y la mayoría de los invitados ha llegado, solo falta ese pequeño ingrediente que es tan vital en un evento como este, los “peques” están deseosos de ver como es este personaje, hay un momento de suspenso y de repente se escucha una voz parecida a un muñeco de televisión, ¡hola mis pequeños calcetines o que diga hola mis chiquitines!, mi nombre es “Lokillo” dice el artista payaso, ellos responden el saludo, se les ve a todos felices, ansiosos con muchas energías listos para hacer travesuras, todos ríen y él comienza con sus preguntas ¿Quién quiere comer torta? Activos responden ¡yo! Y continúa ¿Quién quiere romper la piñata? ¿Quién quiere a su papá? ¿Quién quiere irse? Y siempre hay alguno que cae en la broma, sigue con sus juegos para luego llamar a su compañero de diversiones y juntos amenizan la fiesta jugando, cantando, bailando, en fin lo que saben hacer.

Ya está oscureciendo y se acerca la hora de decir adiós, antes del final es preciso cantar el feliz cumpleaños al niño festejado, entonces reúnen a todos los pequeños cerca de la mesa central, le pide al agasajado que pida sus tres deseos para luego soplar sus velitas y morder la torta, de repente se escucha una voz que dice ¡que muerda la mamá! ¡Qué muerda el papá! Claro, es uno de los payasos que hacen de las suyas. Los niños aplauden, los adultos ríen con los chistes que hacen, finalmente entregan los globos con las canastitas repletas de sueños y golosinas.

Es hora de despedirse, quitarse la careta de sonrisas y gozos para volver a la realidad, a los problemas y preocupaciones como cualquier ser humano, guardando todas sus herramientas de trabajo como el maquillaje, los títeres y sus globos. Se marchan con rapidez, no por ser descorteses sino para no llegar tarde a la cita donde desde temprano lo están esperando, la vida continua.

La única misión de un artista payaso es robarle una sonrisa al público con sus juegos ocurrencias siendo muy respetuosos. Ser payaso es cosa seria, lamentablemente no siempre es así ya que existe gente que no respeta este oficio, pero el recibir tanto cariño de esos seres tan pequeños e indefensos, te llena de vida y es la luz que siempre te acompaña.

Autor: Efraín Mayta Tinta
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